La teoría neoclásica supone que el libre comercio entre naciones permite, entre otras cosas, reducir la pobreza en los países en desarrollo, los modelos basados en las ventajas comparativas, la especialización por abundancia de factores y la libre circulación de bienes, servicios y capital físico y financiero, permiten una asignación eficiente de la producción mundial, donde cada nación produce a un menor costo aquellos bienes para los que tiene una mayor cantidad relativa de recursos. Este proceso genera crecimiento y una redistribución del ingreso en favor del factor abundante, que en el caso de estos países por lo general es la mano de obra no calificada (los pobres).
A pesar de esta predicción del modelo y de que
existe un acuerdo general, desde que David Ricardo presentó al mundo su teoría
sobre las ventajas comparativas, de que el libre comercio produce mejores
resultados que la autarquía o la imposición de barreras al intercambio
comercial, la globalización ha dejado una gran decepción entre muchos de los
países en desarrollo que la adoptaron en la década de los 90 como parte de las
reformas estructurales impuestas por el Consenso de Washington. Estos párrafos
resumen un poco las ideas presentadas por el economista Joseph Stiglitz en su
libro El Malestar en la
Globalización, publicado en el año 2002.
Aunque Stiglitz comulga con las ideas de
Ricardo, su principal crítica a la globalización va dirigida al cómo esta fue y
ha sido gestionada por lo países y los organismos internacionales, quienes han
servido de “guías expertos” en el proceso. Para Stiglitz la globalización ha
errado en dos aspectos fundamentales, en primer lugar haber dejado todo en
manos de las fuerzas del mercado y en segundo lugar la inmediatez de las
reformas que llevaron a la liberalización del comercio.
El asumir que los mercados son competitivos y
existe información perfecta es muy simplista y hasta tonto según el autor, este
supuesto básico de la economía neoclásica va dirigido a reducir lo más que se
pueda el papel del Estado dentro de la economía, suponiendo que la interacción
entre la oferta y la demanda permitirá, a través de la archiconocida mano
invisible, alcanzar el equilibrio. Stiglitz sostiene en su obra que el Estado
debió y debe jugar un rol fundamental en la globalización, ya que los mercados
son imperfectos y hay asimetrías en la información, por lo que se hace
necesaria la existencia de un agente regulador.
En cuanto a la velocidad con que los países
liberalizaron el comercio Stiglitz, quien ha estudiado a fondo el proceso de
desarrollo de las economías del sudeste asiático, comenta que una apertura
gradual parece ser el camino con mejores
resultados, lo que nos hace pensar que, al contrario de lo que la teoría
neoclásica supone, cierto grado de protección al comercio es necesario para
resguardar a sectores vulnerables de la economía y hacer que el proceso de
redistribución del ingreso producto de la globalización sea más amable.
Stiglitz critica el papel jugado por las
organizaciones internacionales que conforman el llamado Consenso de Washington
y la imposición de su paquete de reformas de primera generación como requisito
para que las economías con problemas tuvieran acceso a los fondos o préstamos
del FMI, entre los ejemplos que menciona está la gestión que hizo la burocracia
internacional de la Crisis Rusa,
en donde el dinero prestado fue a parar a las cuentas bancarias de los
funcionarios corruptos rusos y sus empresarios relacionados.
Stiglitz sostiene en el libro, como lo ha hecho
en su análisis sobre la crisis actual de la zona euro, que las medidas
ortodoxas de austeridad no hacen más que acrecentar la crisis e imponer mayores
cargas para los pobres, quienes no solo se ven afectados por los recortes
presupuestarios, sino que además tendrán que pagar a través de sus impuesto los
créditos recibidos de los grandes bancos internacionales.
En cuanto a la liberalización Stiglitz habla de
la crisis asiática y de cómo la libre circulación de capitales permitió que un
ataque especulativo contra la moneda tailandesa precipitara a toda la zona a la
debacle económica. El autor defiende entonces la participación del Estado en la
economía, no solo como un regulador de los mercados para evitar episodios como
el sucedido en el sudeste asiático, sino que además considera que en épocas de
crisis debe aplicarse un modelo de expansión del gasto para incentivar la
economía a diferencia de todo lo propuesto por la teoría neoclásica.
Muy en línea con las críticas al proceso de
globalización por terapia de choque y sin intervención del Estado que nos
presenta Stiglitz, otros economistas han levantado la voz para indicar con
evidencia empírica que la liberalización del comercio a diferencia de lo que se
cree ha profundizado la brecha entre los más ricos y pobres. Entre ellos
podemos nombrar al economista Hindú Amit Bhaduri quien en su libro Repensar la Economía Política
explica como el libre flujo de capitales en la forma de inversión extranjera
directa ha producido en la India
un fenómeno conocido como crecimiento sin empleo y en el que los más pobres y
menos calificados no consiguen acceso a los mercados de trabajo sesgados hacia
la calificación, Bhaduri sostiene que el Estado debe implementar políticas de
demanda agregada que generen empleo y no dejar la economía a merced del
mercado.
Para economistas como Dani Rodrik, quien tiene
una visión heterodoxa, el Estado debe cumplir con las funciones de proteger los
derechos de propiedad, regular los mercados, mantener la estabilidad
macroeconómica y crear mecanismos para garantizar la seguridad social y el
manejo del conflicto redistributivo. Según Rodrik es en estas tareas que han
fallado los gobiernos de los países a los que no les ha ido tan bien con la
globalización.
En conclusión parecen ser más los sin sabores
que las alegrías que ha dejado la globalización y el incumplimiento de sus
promesas de que un libre mercado permitiría el crecimiento global en igualdad
de condiciones para todos, las protecciones mantenidas por las grandes
economías que, en un doble discurso, alientan a los países en desarrollo a
abrir indiscriminadamente sus mercados, la falta de intervención del Estado en
el proceso, la imposición de la receta neoliberal como terapia de choque y sin
tomar en cuenta las particularidades de cada nación y la inamovilidad de la
mano de obra, son algunos de los elementos que le han jugado en contra a este
proceso. Recuerdo que cuando estaba en la facultad mi profesora de historia
económica nos decía que el mundo no iba hacia la globalización, que por el
contrario iba en dirección hacia la autarquía, es posible que el malestar
general hacia el libre mercado haga que se cumpla su predicción.
Esta nota la escribí como parte de mis asignaciones de maestría en economía aplicada, Septiembre de 2012