Hace un par de meses comencé a cursar un diplomado cuyo
objetivo es enseñar a los participantes a utilizar las herramientas del coaching
para cumplir los roles que desempeña cada uno en sus respectivas organizaciones.
Ya he comentado sobre la experiencia en los artículos: El coaching y la gestión de proyectos, impresiones de un aprendiz y Herramientas del coaching y el levantamiento de los requerimientos del proyecto, publicados en mi otro blog. En
nuestra última sesión de trabajo se presentó un interesante debate sobre el
papel que juega la suerte o el azar, entendido como todos aquellos factores que
escapan al control del coachee, y cómo este puede afectar el logro de los
objetivos, y me pareció interesante sistematizarlo y compartirlo con ustedes.
Todo se originó en la pregunta que titula este artículo, una
manera nada extraña de comenzar si de coaching se trata, la cual le plantee a
la facilitadora y cuya primera respuesta fue que, palabras más, palabras menos,
el azar no tiene ninguna incidencia en el proceso de coaching, lo que me llevó
a entender que el supuesto fundamental del modelo es que el logro de los
objetivos del coachee depende única y exclusivamente de sus aptitudes y
esfuerzo.
Debo confesar que esta respuesta me causó mucho ruido, sobre
todo por mi formación en gerencia de proyectos y las lecturas que he estado realizando recientemente. Por ejemplo,
Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio nos presenta una
ecuación en la que el éxito, alcanzar determinada meta, es una combinación de
talento y suerte y el gran éxito es igual a un poco más de talento y un cúmulo
de suerte.
Este autor considera que los seres humanos somos renuentes a
aceptar el papel que juega el azar en nuestras vidas, siendo víctimas de la
ilusión del control, ya que explicamos el pasado y predecimos el futuro concentrándonos en el papel causal de la aptitud e ignorando el papel de la
suerte, de la falacia de la planificación que hace que nos concentremos en
nuestro objetivo y plan, ignorando los datos estadísticos pertinentes y el
sesgo del optimismo excesivo que nos lleva a pensar que nuestra iniciativa
tendrá éxito solo porque la estamos desarrollando nosotros y somos lo
suficientemente aptos para tal fin. Estos sesgos cognitivos, en palabras de
Kahneman, nos pueden llevar a tomar decisiones erradas, exponiéndonos a un alto
nivel de riesgo.
El economista Robert Frank en su nuevo libro Succes and luck: good fortune and the myth of meritocracy sostiene, tomando el caso de la
sociedad norteamericana, que el talento y el trabajo duro son condiciones necesarias,
más no suficientes, para alcanzar el éxito y que existe un ingrediente de la
formula que es ignorado, la suerte. Según Frank, a los seres humanos nos cuesta
lidiar con la ambigüedad y tenemos que construir historias causales que nos
permitan explicarnos los resultados que obtenemos, eso nos hace ciegos ante el
factor suerte.
Una evidencia de que el trabajo duro y el talento no lo es
todo podría ser la presentada por Joseph Stiglitz en su libro El precio de la desigualdad,
donde este autor comenta refiriéndose a la desigualdad en la distribución del
ingreso en los Estados Unidos, la sociedad del hombre hecho a sí mismo, que “aunque
consigan una licenciatura universitaria, los hijos de los pobres siguen siendo
más pobres que los hijos de los ricos con menos estudios”, básicamente porque
estos últimos son los que tienen acceso a mejores puestos de trabajo y cuentan
con unas condiciones de partida ventajosas. Stiglitz irónicamente dice que para
ascender socialmente en Estados Unidos la única condición es que se escoja a
los padres antes de nacer.
Lo que sí parece ser cierto, basado en datos empíricos, es
que por cada persona que tiene éxito en cualquier área, existe un alto
porcentaje que se queda en el camino. Por poner un ejemplo del que conozco por
mi experiencia laboral, de cada 10 emprendimientos que se desarrollan en
Venezuela, solo 1 tiene éxito, la tasa de fracaso en este renglón en Estados
Unidos es de aproximadamente 60%. Esto quiere decir que por cada Bill Gates,
Mark Zuckerberg, Steve Jobs, Andrés Moreno o, tomando en cuenta otras áreas, Michael Jordan, Michael Schumacher,
Gabriel García Márquez, etc., hay una gran cantidad de personas, tal vez igual
de aptas y que trabajan igual de duro, que “mueren en el intento” y me cuesta
creer que la razón sea que todos ellos han tomado el camino incorrecto o tienen creencias limitantes.
Toda esta información, más la respuesta de la facilitadora, me
llevó a formular dos nuevas preguntas, que fueron las detonantes del debate
suscitado durante la clase:
1.- ¿Dado que el
proceso de coaching no toma en cuenta el factor suerte sirve este solo para la
consecución de objetivos sencillos?
Entendiendo sencillos como aquellos objetivos cuyo logro está
en mayor medida en las manos del cliente, rodeado de un bajo nivel de
incertidumbre. Lo que Nassim Taleb asignaría a su mundo imaginario y predecible
linealmente llamado Mediocristán.
2.- ¿En caso de
objetivos complejos, cuál es el rol que cumple el coach ante la frustración que
puede experimentar el coachee por uno o varios fracasos, al enfrentarse a un
alto nivel de incertidumbre donde el azar es una variable a tomar en cuenta?
Ante estos cuestionamientos varios de los compañeros del
diplomado expresaron su opinión. Uno de los argumentos en contra del papel que
puede jugar la suerte fue: que existe un conjunto de personas, más capaces que
otras, para identificar oportunidades y poder alcanzar el éxito. Esta
diferencia podría estar basada en la genética o ser impulsada por un
pensamiento potenciador, que transforme la realidad del individuo y lo
convierta en el capitán de su barco. Otro de los compañeros comentó sobre la
audacia o la capacidad de atreverse que tienen algunas personas en comparación
con otras y que siguiendo a Kahneman, podría tratarse de una ilusión de aptitud.
La facilitadora presentó una ecuación, proveniente de
la psicología positiva, y en la que el Doctor
Martin Seligman define el bienestar en función de tres variables: la genética
(40%), las circunstancias (10%) y la voluntad (40%). Sosteniendo que el
porcentaje en que la voluntad incide en la variable dependiente puede
incrementarse en detrimento de las otras dos variables independientes, que en
mi opinión y por no haber sido elegidas por el individuo, representan el factor
azar.
Luego de este interesante y rico debate, que espero sea el
primero de muchos, una de las conclusiones que obtuvimos fue la constatación de la existencia de un pensamiento divergente en el grupo, dados
los diferentes puntos de vista, originado por la variedad de creencias y marcos
mentales de cada uno de los participantes y la importancia de poder
identificar estos para que, en la medida de lo posible, no intervengan en el ejercicio
de coaching.
Otro punto que me parece importante es el haber podido
contrastar diferentes posturas teóricas sin suscribir ninguna como 100% válida,
en mi opinión para dedicarse al coaching de manera profesional, es importante
poder tomar información de todo el cúmulo de conocimiento que está disponible,
sin asumir dogmas o posiciones extremas.
Finalmente las respuestas a mis dos inquietudes fueron que:
el proceso de coaching funciona tanto para metas sencillas como para aquellas
más complejas y que a través del proceso se puede llevar al coachee a afrontar
la frustración y probar nuevos caminos en pos del logro de su meta,
indiferentemente de la envergadura de esta.
En cuanto a si el azar es un factor importante en el proceso de coaching, el debate sigue abierto...